lunes, 21 de enero de 2008

More than a Club?

He viajado por todo el mundo y he podido comprobar en multitud de ocasiones, como el fútbol puede ser una válvula de escape a la presión económica, social y política, que deja poco aire para respirar a muchas personas con verdaderos problemas de progreso y supervivencia.
En esta sociedad (la del primer mundo), en la que criticar lo que sea y como sea, parece ser el deporte de moda hoy día, el fútbol no queda exento de tan despiadada vorágine y ha pasado a ser para muchos, de deporte rey a puro negocio mercantilista. Que conste que yo no lo certifico, pero no descubro nada nuevo cuando intuyo que se ha convertido en diana de múltiples insinuaciones. Colmena de mafiosos sin escrúpulos, base para futuros negocios particulares, proposiciones políticas o tráfico de influencias, donde el amor a unos colores se torna en profesionalidad mercenaria y donde parece ser que los verdaderos protagonistas cobran más de lo que debieran, dicen que es lo que generan, e invierten en ONGs, no por caridad humana sinó por hacer juegos malabares con hacienda.
El verdadero fútbol como esencia, y el amor sincero a los colores de un equipo, se desmarcan de tanta hipocresía y dejadez moral para tocar con donosura la piel de quien necesita realmente su cariño.
He visto jugar al fútbol con hambre de gol, a niños descalzos que no tenían nada para comer. He visto como la sonrisa de quien no tiene nada me la contagiaba a mí que lo tengo todo. Y he visto besar la camiseta de un Club tan lejano y desconocido, como no se la he visto besar al capitán de un equipo profesional.
Barrios marginales de Méjico, Marruecos, Egipto, India, Kenia, Tanzania, Indonesia, etc, son una muestra de los países donde he visto reflejado ese sentir. Sin embargo nada comparable a lo vivido en Papua Nueva Guinea.


Más de dos días de caminatas interminables por las selváticas montañas escarpadas del Valle del Baliem para vivir un encuentro con tribus ancladas en el neolítico. El primer contacto, sobrecogedor, los cuerpos desnudos, las miradas sinceras, los saludos inteligibles y la aparente calma repleta de tensión. La prolongación de sus manos hacia mí con el único propósito de estrechar las mías, sin pedir nada a cambio. La claridad en sus ojos me hacía vivir en el limbo más absoluto. Tenía miedo, porque no decirlo, de encontrar el occidentalismo recubriendo sus torsos, piernas o pies. Quizá pueda sonar egoísta, pero no quería ver camisetas o zapatillas deportivas. Sin embargo, ellos también tienen derecho a avanzar y a progresar en la vida, como lo hemos hecho nosotros. Quien coño soy yo para pretender no cambiar la evolución natural de las cosas. En todo caso, son ellos mismos quienes deben tomar esa decisión de tan importante trascendencia.


Tiempo después, empecé a ver signos de evidente occidentalismo. Supongo que hay gente que no decide tomar la misma decisión que yo, pasar por allí, vivir esa inolvidable experiencia y marchar dejando las cosas tal y como las había encontrado.
En cualquier caso, la importancia que supone para esas gentes ponerse un camiseta es abrumadora, sobretodo cuando les explicas lo que sienten cien mil espectadores, infinidad de seguidores o un país entero, cuando ven a once guerreros luchar por esos colores. La fuerza adquirida , la felicidad derrochada y la celebración infinita de las batallas ganadas o los tristes momentos y meditación de los encuentros perdidos. Si bien ellos practicaban el canibalismo post batalla para adquirir la fuerza y sabiduría de los enemigos caídos en la contienda, o momificaban a sus guerreros más idolatrados para que su espíritu impregnara de fuerza a sus gentes. Después de explicarles el sentir Barcelonista, se podían imaginar claramente de que estábamos hablando.
En tribus que practicaban la antropofagia hasta hace bien poco, fue para mí un verdadero shock inicial ver a un niño de no más de dos años con una samarra del FC Barcelona.
Seguramente, la gente que donó esas camisetas, lo hizo con la más sana de las intenciones. No les culpo. Ellos mismos se empiezan a desplazar y toman contacto directo con la civilización. Los jóvenes emprenden nuevos caminos hacia el futuro fuera de esas fronteras y nosotros llegamos a esas tierras novedosas para encontrarnos con el pasado. Mejor así. Prefiero ver como el occidentalismo se les va clavando lentamente en el corazón, a que sean vistos como monos de feria por parte de gente sin escrúpulos que los consideran fuente de riqueza sin explotar.
¿Más que un Club? Como tendría que ser en definitiva la esencia del fútbol; embajador de la emoción, la ilusión y el deporte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

www.morethanaclub.com

juliobcn dijo...

Prefiero: http://www.morethanaclub.org/